EVANGELIO Y LECTURAS DEL DÍA 16 DE SEPTIEMBRE – CICLO C

Primera Lectura Timoteo (3, 1-13)
El obispo tiene que ser irreprochable; también los diáconos han de conservar la fe revelada con una conciencia limpia.
Querido hermano: Está muy bien dicho que quien aspira a ser obispo no es poco lo que desea, porque el obispo tiene que ser irreprochable, fiel a su mujer, sensato, equilibrado, bien educado, hospitalario, hábil para enseñar, no dado al vino ni amigo de reyertas, comprensivo, no agresivo ni interesado.
Tiene que gobernar bien su propia casa y hacerse obedecer de sus hijos con dignidad.
Uno que no sabe gobernar su casa ¿cómo va a cuidar de una asamblea de Dios? Que no sea recién convertido, por si se le sube a la cabeza y lo condenan como al diablo. Se requiere, además, que tenga buena fama entre los de fuera, para evitar el descrédito y que lo atrape el diablo.
También los diáconos tienen que ser respetables, hombres de palabra, no aficionados a beber mucho ni a negocios sucios, conservando la fe revelada con una conciencia limpia. También éstos tienen que ser probados primero, y cuando se vea que son irreprensibles, que empiecen su servicio.
Las mujeres lo mismo, sean respetables, no chismosas, sensatas y de fiar en todo.
Los diáconos sean fieles a su mujer y gobiernen bien sus casas y sus hijos, porque los que se hayan distinguido en el servicio progresarán y tendrán mucha libertad para exponer la fe cristiana.
Palabra de Dios
Salmo Responsorial | Sal 100, 1-6
℟. Andaré con rectitud de corazón.
Voy a cantar la bondad y la justicia,
para ti es mi música, Señor;
voy a explicar el camino perfecto:
¿cuándo vendrás a mí? ℟
Andaré con rectitud de corazón
dentro de mi casa;
no pondré mis ojos en intenciones viles;
aborrezco al que obra mal. ℟
Al que en secreto difama a su prójimo
lo haré callar; ojos engreídos, corazones arrogantes,
no los soportaré. ℟
Pongo mis ojos en los que son leales,
ellos vivirán conmigo;
el que sigue un camino perfecto,
ése me servirá. ℟
Evangelio Según San Lucas 7, 11-17
En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, y caminaban con él sus discípulos y mucho gentío.
Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba.
Al verla el Señor, se compadeció de ella y le dijo:
«No llores».
Y acercándose al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo:
«¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!».
El muerto se incorporó y empezó a hablar, y se lo entregó a su madre.
Todos, sobrecogidos de temor, daban gloria a Dios diciendo:
«Un gran Profeta ha surgido entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo».
Este hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.
Palabra del Señor