Santa Isabel de Hungría nació en 1207 como princesa del reino húngaro. Desde niña mostró una profunda sensibilidad hacia los pobres y una fe ardiente. Se casó con Luis IV de Turingia, con quien vivió un matrimonio ejemplar. Tras enviudar a los 20 años, renunció a los lujos de la corte y se consagró a Dios como terciaria franciscana. Fundó hospitales, repartió su riqueza entre los necesitados y atendía personalmente a enfermos y leprosos, viviendo con austeridad y entrega total.
Su carisma se reflejaba en la caridad heroica, la oración constante y la humildad radical. Fue pionera en unir la vida espiritual con el compromiso social, y su testimonio inspiró a muchas mujeres a seguir el camino franciscano. Murió en Marburgo en 1231 con solo 24 años, y fue canonizada por el papa Gregorio IX en 1235. Su culto se extendió rápidamente por Europa, y es considerada patrona de la Tercera Orden Franciscana, de los hospitales, de las enfermeras y de los pobres.
Santa Isabel es recordada cada 17 de noviembre como modelo de compasión y generosidad. En tiempos de indiferencia, su vida nos ayuda a redescubrir el valor de servir sin descanso, de vivir la fe con obras y de poner el amor por encima de todo. Su ejemplo sigue iluminando el camino de quienes buscan transformar el mundo desde la misericordia y con fe inquebrantable.
