Santa Mónica de Hipona, nacida en Tagaste, en la actual Argelia, en el año 332, fue la madre de San Agustín de Hipona. Desde joven, Mónica fue una mujer profundamente religiosa, casada con Patricio, un hombre pagano de temperamento violento. A pesar de los desafíos, Mónica mantuvo una vida de oración y virtud, convirtiendo a su esposo y a su suegra al cristianismo.
Después de la muerte de Patricio, Mónica se dedicó a la vida religiosa y a la búsqueda de la conversión de su hijo Agustín, quien llevaba una vida errante. Su persistencia y oración finalmente llevaron a la conversión de Agustín, quien se convirtió en uno de los más grandes teólogos de la Iglesia.
Santa Mónica es recordada por su paciencia, devoción y amor incondicional. Su festividad se celebra el 27 de agosto. Es venerada como patrona de las madres y esposas, y su vida es un ejemplo de fe y perseverancia.
